Cuando se anuncia la visita a un museo, los alumnos muestran ciertas expectativas en función de sus experiencias pasadas. Cuando no las ha habido ni han recibido opiniones de terceros sobre lo que van a experimentar, es fácil crear una emoción positiva de manera que el alumno se considere un privilegiado.
Podemos imaginar este caso en niños de infantil o los primeros cursos de primaria. Cuando hay experiencias pasadas, éstas constituirán los primeros cimientos de la emoción, radicalmente opuesta si el recuerdo de la visita anterior fue bueno o malo. La ilusión que produce repetir una experiencia positiva pone el viento a favor al profesor, dinamizador, monitor, guía o quienquiera que tenga la batuta de la visita.
Pero si la visita anterior dejó en la memoria del alumno un recuerdo negativo producido principalmente por el aburrimiento, tenemos que ser conscientes de que el ánimo que encontraremos en la clase no será el óptimo para el éxito que deseamos. Y el éxito es que lo pasen bien, que la experiencia sea muy positiva y que aprendan.
Y estas premisas hay que llevarlas “tatuadas en el cerebro” antes de plantearse siquiera la propia visita.
Cuanto mayores son los alumnos más condicionamientos tenemos porque han tenido más experiencias. Pero no nos engañemos: En el aula, el profesor es el primer dinamizador de emociones y eso influye directamente en el ánimo del alumnado.
La situación es bien diferente si el profesor lleva a sus alumnos a una visita cultural porque considera que es lo mejor para su clase y a él mismo le gusta y disfrutará con ellos, que cuando al profesor le envían en contra de su voluntad y de su agrado.
Nunca debemos olvidar un principio muy básico en la neuroeducación: la emoción se contagia. La positiva y la negativa.
Para mejorar la experiencia en las visitas culturales, hemos reunido 6 trucos que nos han servido para sacarle el máximo partido a cada una de ellas:
1. Generar expectativas:
Independientemente del nivel de aceptación del alumnado, el primer paso obligatorio es generar expectativas positivas. El paso que vamos a dar –ir al museo- ha de ser un gran paso que los alumnos estén deseosos de dar.
En días previos, se les puede tirar el anzuelo de una noticia que mencione al museo, a un autor o a su obra. Se les puede contar una anécdota, algo cuyo descubrimiento les produzca cierta inquietud o impaciencia. Y así, con la mochila cargada de las experiencias pasadas y de expectativas varias, los alumnos llegan al museo.
2. Romper la dinámica habitual del aula:
El museo es un espacio para aprender pero no es el colegio. Por tanto, debemos romper la dinámica de aprendizaje propia del aula. Esto exige al monitor buenas dosis de creatividad. O un método. Hay que huir de las clases magistrales.
De los muchísimos grupos de escolares que acuden a los museos podemos diferenciar claramente a los que atienden de los que no. Y la diferencia no está en los alumnos, sino en lo que se usa para focalizar su atención.
Ya hemos hablado de la atención en alguna ocasión y ésta es muy selectiva: dirigimos la atención hacia aquello que la merece. No pidas que te presten atención. ¡Consíguela!
3. Provocar sorpresa:
Hay que sorprender. Debemos tener preparadas múltiples herramientas que nos permitan romper sus expectativas, aumentar su deseo de entrar al museo. Lo inesperado es un factor que inconscientemente provoca la atención.
Igualmente, debemos llevar una batería de anécdotas sobre los pintores o su obra. La vida de los demás puede despertar nuestra curiosidad si en ella hay algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados. O, por el contrario, algo que nos identifique plenamente con ella por algún paralelismo con nuestra vida.
4. Que los alumnos construyan su aprendizaje:
Otro aspecto de gran eficacia es que los alumnos construyan su visita. No se trata de que se la preparen para exponerla delante de un cuadro al resto de sus compañeros, sino algo diferente: hay que retarles.
Es el adulto quien les coloca delante de una obra, les introduce en la observación y les propone retos. Sin embargo, es el alumno quien debe observar, plantearse preguntas y deducir respuestas. También compartirá con sus compañeros percepciones, discutirá y concluirá respuestas -que no siempre serán unívocas- para extraer un aprendizaje efectivo.
Que las preguntas de los alumnos sean respondidas por los propios alumnos dinamiza la visita extraordinariamente. Para conseguirlo, el adulto puede acercarles a la respuesta -sin llegar a darla- para que sean ellos quienes obtengan la solución por deducción.
5. Descubrir “lo que no se ve”:
Éste es un recurso apropiado para focalizar la atención en algún detalle específico. Lo importante no es que sea más o menos visible, sino que ellos lo descubran.
Un ejemplo claro serían los arrepentimientos, donde los alumnos buscan el “error” cometido por el artista y su posterior rectificación.
6. Garantizar la participación de todos los alumnos:
Con ello, evitaremos que algunos alumnos se desenganchen de la visita. Pero sólo será posible si somos muy conscientes de a quién se interpela, quién interviene, quién responde y quién calla.
En todos los grupos hay personas que saben más, que son más “lanzadas” y personas con menos autoconfianza, más tímidos. Pero en este punto valdría la premisa que dice que si todos pueden ver, todos pueden saber. En Aprendeaver, para garantizar la participación de todos es de enorme ayuda el cuaderno didáctico que lleva cada alumno.